21 julio 2017

La masía, de Sebastián Juan Arbó

Este libro cayó en mis manos por casualidad. Confieso que nunca había oído hablar de él ni de su autor y luego me he enterado de que este tiene una obra muy apreciada por la crítica y que incluso ganó el prestigioso Premio Nadal en 1947. Se trata de una novela curiosa, ya que su última parte constituye un homenaje del autor a su pueblo, San Carlos de la Rápita, escenario de los acontecimientos narrados, al que dedica bonitas palabras y un recuerdo emocionado. En mi modesta opinión se trata de un libro al que le sobran páginas, no solo las de esta parte sino también otras que entorpecen la fluidez del relato de las historias más interesantes que constituyen su argumento, como las de los habitantes de la masía que da título al libro: María Rosa, Jaime, Monche, Jorge, Juan y Roseta, además de la nuera Montserrat que siembra la discordia en la familia por ser el objeto del amor de los dos hermanos, la de la Perala, la del Moro, la del maestro Pere Franch, la del Valent y Carmeta, la del Bardat o la de Tonio. Estas historias se ven interrumpidas continuamente por disgresiones que el autor pone en boca del tío Guaches, Ángel o el Bardat, disgresiones referidas al progreso, las costumbres, la pérdida de viejos oficios, los refranes, cuentos y tradiciones, etc. Algunos personajes son muy atractivos, pero el lenguaje empleado resulta en ocasiones demasiado ampuloso o demasiado sensiblero. Es una pena, ya que muchas de las historias que nos cuenta logran enganchar al lector que se queda con ganas de saber más. 

El Prólogo es muy interesante, puesto que recoge la opinión del autor sobre la novela, los escritores y las modas que afectan a la literatura. Por nuestro amor a Galdós recogemos el siguiente testimonio:

Baroja está señalándose de día en día como uno de los novelistas mejores de su tiempo, si no el mejor; puede situársele -y aún con ventaja- junto a Galdós, a Blasco Ibáñez, a Pérez de Ayala, que me parecen los más destacados, los mejores.

Se puede pensar que uno es mejor que otro -hay en esto opiniones-, pero es evidente que son los cuatro grandes de la época, y la verdad es que el tiempo, dentro de la confusión reinante, y a pesar de ella y de la labor funesta de aquellos críticos, las ha situado donde merecían, lo que no deja de ser reconfortante. Es, tal vez sí, la justicia inmanente de la que hablaba Emerson (pág. 11).  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.