22 septiembre 2009

La autoridad del profesor

Ante la polémica desatada en los últimos días sobre la autoridad del profesor en el aula, me gustaría expresar mi modesta opinión al respecto.

Mi experiencia docente me autoriza a señalar que los casos de agresiones e insultos a los profesores constituyen una excepción en el día a día de las clases. En todos sitios hay mala educación y el aula es un lugar como otro cualquiera. El profesor tiene que aprender a reconducir las situaciones embarazosas, cuando éstas se inician y procurar que no vayan a más. Es recomendable establecer una relación de mutuo respeto desde el primer día; no podemos pretender que nuestros alumnos nos respeten si no los respetamos nosotros a ellos y los tratamos como se merecen: seres humanos que atraviesan un período difícil plagado de cambios (corporales, psicológicos, etc.) que, por otra parte, nosotros hemos pasado en su momento. También es necesario dar una serie de normas mínimas de convivencia dentro del aula (pedir permiso para levantarse, respetar el turno de palabra, pedir las cosas por favor, guardar silencio, etc.) y explicar el por qué de cada una, no darlas porque sí. Hay que razonar con el alumno que debe mantenerse callado en clase, porque resulta sumamente difícil crear un clima conveniente para impartir y recibir las explicaciones, corregir o hacer las tareas; lo mismo ocurre con el turno de palabra: si hablamos todos a la vez no lograremos entendernos; no se pueden levantar en medio de una clase y distraer a los compañeros que en ese momento están concentrados en realizar sus actividades; y así, con todo.
Además, los docentes debemos intentar establecer una relación de empatía con el alumno y ponernos en su lugar sabiendo que tienen sus propios problemas, que a veces interfieren en el proceso de aprendizaje. A su vez, el alumno tiene que tratar de entender que el profesor es una persona con sus alegrías y sus tristezas, con sus preocupaciones y sus problemas, y que cada día hay que intentar pasarlo juntos de la mejor manera posible.
Estas reflexiones nos son gratuitas: si se dan problemas en clase hay que intentar resolverlos siguiendo los cauces adecuados (profesor-tutor-comisión de convivencia-jefatura de estudios-dirección) sin tener que recurrir a medidas extremas como pretenden ahora los políticos: conferir al profesor de una autoridad semejante a la de los policías, exigir que los alumnos traten de Ud. al profesor u obligarlos a levantarse cuando éste entra en la clase. Me parece que ése no es el camino. Soy más partidaria del diálogo, el entendimiento y el respeto mutuo. Situaciones desagradables las hay, pero afortunadamente para los que nos dedicamos a este oficio de educar a los adolescentes, no son habituales.

09 septiembre 2009

Lecturas estivales

Este verano he dedicado mucho tiempo a practicar una de mis aficiones favoritas: leer.

Voy a compartir con ustedes los libros que he tenido la oportunidad de disfrutar y destacaré sobre todo dos: Corazón helado, de Almudena Grandes; y La vieja sirena, de José Luis Sampedro.

El primero narra la historia de dos generaciones de dos familias españolas durante la Guerra Civil. Con gran maestría se enlazan las situaciones y los personajes llegando a un desenlace sorprendente. Trata de temas tan universales como el exilio, el amor, el odio, la traición, la familia ... Confieso que es uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo.

El segundo es un relato fantástico que tiene como protagonista a una sirena que pide a la diosa Afrodita convertirse en mujer para tener la oportunidad de amar. Se desarrolla en el siglo III d. de C. y, aunque parece un poco denso porque la época resulta un poco lejana a nuestro tiempo y los escenarios donde transcurre también (Egipto, Grecia), es fascinante.

Otras obras que he leído son: Marina, de Carlos Ruiz Zafón , que me recomendó un alumno -Nikita de 3º B del IES Lila- y que me ha gustado mucho. Es una novela para jóvenes muy amena en la que se cuenta lo que le ocurre a Óscar Drai, un muchacho que aparece después de estar siete días en paradero desconocido en la Barcelona de 1980. Tras volver al internado donde reside, continúa su vida sin dar una respuesta convincente sobre lo ocurrido en esos días. Quince años después rememora su historia desde unos meses antes de la desaparición y su relación con una muchacha dos años mayor que él, Marina, y la misteriosa aventura que ambos corren al desentrañar el pasado de unos personajes muy conocidos en la sociedad barcelonesa de los años 30 y 40: Mijail Kolvenik y Eva Irinova. El relato mantiene la intriga de ambas historias desde el principio hasta el final de la novela, que logra emocionar al lector.  El desencuentro, de Fernando Schwartz (muy emotivo); Las máscaras del héroe, de José Manuel de Prada; Viajes por el scriptorium, de Paul Auster; Hermanas, de Josefina Aldecoa (el peor de todos los que elegí: cursi, pasado de moda, tópico, etc.); Ojos de perro azul, de Gabriel García Márquez (no me parece de lo mejor de este autor, sinceramente); y Dafne desvanecida, de José Carlos Somoza (aburrido y pretencioso).

¡A ver si se animan y se enganchan a la lectura! Les vendrá bien para todo: adquirirán vocabulario, viajarán a países y situaciones próximos o lejanos sin moverse de casa, se identificarán o no con personajes que atraviesan situaciones parecidas a las que vivimos nosotros, conocerán otros modos de vida diferentes a los nuestros ... ¡Qué sé yo! Disfrutarán y se entretendrán sanamente alejados de los bodrios televisivos de rigor.