20 julio 2013

Alexis Ravelo gana el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe

Alexis Ravelo ha ganado el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe con la obra titulada La última tumba. El jurado estuvo presidido por el escritor Lorenzo Silva y compuesto por Ramón Pernas, director de Ámbito Cultural de El Corte Inglés; Fernando Marías, también escritor y Esperanza Moreno, editora.
Silva destacó que el autor "demuestra que la novela negra en España es mucho más que Madrid y Barcelona y que desde Las Palmas de Gran Canaria se puede servir una historia criminal contundente e importante".
A propósito de esta noticia reproducimos a continuación un artículo de opinión del propio Revelo acerca de la novela negra que llegó a nuestras manos el pasado 3 de mayo.

¿Qué es novela negra?
—¿Qué es novela negra?
Me hacen esta pregunta con mucha frecuencia, señora. Y cada vez me resulta más difícil contestar. La respuesta más sencilla –si no hay tiempo, si ando más preocupado por otras cuestiones–, es recomendar algunas lecturas: Cosecha roja y La llave de cristal, de Hammett,Adiós, muñeca El sueño eterno, de Raymond Chandler, El cartero siempre llama dos veces y Pacto de sangre, de James M. Cain, ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, 1280 almas, de Jim Thompson, Disparen sobre el pianista, de David Goodis, El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith.
—Oiga, pero todos estos autores son norteamericanos. ¿No le parece una lista un poco etnocéntrica?
Claro que lo es, pero uno no tiene la culpa de que fuera allá, en Estados Unidos, en las décadas que van de los años 30 a los 60, cuando surgiera este tipo de relato. La Historia es así. Sin embargo, por deshacerme de esa incómoda acusación, puedo completar la lista con títulos de otras latitudes: Escupiré sobre vuestra tumba (Boris Vian), La promesa (Frederich Dürrenmatt), El contexto (Leonardo Sciascia), Fatal (Jean-Patrick Manchette), Rosseana (Maj Söwall y Per Wähloo).
—Ah, esos son suecos... Yo he leído mucha novela negra sueca: Camilla Läckberg, Assa Larson, Stieg Larsson...
Sí, pero no. Ellas y él trabajan otro tipo de historia. Digan lo que digan los críticos de los suplementos literarios, los libreros o, incluso, sus propios editores, lo que hacen esas firmas está más cerca de otro esquema, que se denomina, más bien, y en sentido amplio, novela enigma.
—¿Enigma? Igual que los otros libros que usted cita. Son todas novelas de intriga, en las que hay que resolver un crimen, ¿no?
No exactamente. Para empezar, la intriga no es un género, sino un recurso narrativo. La intriga es eso que hace que continuemos leyendo un libro, a ver si los personajes acaban averiguando eso que nosotros ya sabemos pero ellos no. Ese recurso es el que nos fascina en el Quijote, en Madame Bovary o en Los hermanos Karamazov. En cualquier buena novela.
Por otro lado, en la novela negra no siempre hay que resolver un crimen. A veces, de lo que se trata, es de asistir al proceso que acaba convirtiendo a cualquier persona en un criminal. En otros casos, compartimos con los personajes las consecuencias que el crimen produce en sus existencias. Por supuesto, en la novela negra, como en la novela enigma, hay crimen. Pero (como suele decirse), en la novela enigma se trata de saber quién es el asesino, mientras que la novela negra intenta averiguar por qué es el asesino. Digamos que indaga en las raíces (sociales, psicológicas, éticas o, incluso, ontológicas) de la violencia y en sus consecuencias para el individuo y la colectividad. En el fondo, se preocupa de aquello de lo cual se preocupa toda novela de calidad: las pasiones, la condición humana. Lo que ocurre es que toma la violencia como excusa para su indagación.
Aparte de eso, la novela negra suele mirar hacia los perdedores, hacia aquellos cuya canción suena en la cara B del disco del capitalismo.
—Ya está usted como siempre, metiéndose en política.
Ya sé que tengo esa manía de politizarlo todo, pero, en este caso, viene a cuento. El crimen es una excepción en el supuesto orden que la ideología nos quiere hacer pensar que rige en las sociedades. Cuando alguien comete un crimen, caen los velos de la ideología y se muestran, desnudas, las estructuras de clase. Así que una novela negra puede ser cualquier cosa, menos burguesa.
—Sí, sí, no me venga como siempre con esos rollos marxistas suyos. Volviendo al tema: eso de la novela enigma, ¿es, entonces, peor que la novela negra?
No es ni mejor ni peor, señora mía. Simplemente, se trata de algo distinto. Borges, que lo llamaba relato policial, lo explicaba más o menos así: al principio, hay un crimen, con lo cual, el orden social se rompe. Entonces llega un investigador que usa sus conocimientos y sus habilidades deductivas para resolver el misterio. Avisa a la autoridad competente y entrega al criminal (o el objeto robado) y así se pone en marcha la máquina de la justicia y el orden social vuelve a restablecerse.
Con este esquema han trabajado y trabajan grandes autores: Poe (probablemente el primero), Wilkie Collins, Conan Doyle, G. K. Chesterton, Margareth Millar, Ruth Rendell, el propio Borges y su íntimo Bioy Casares o P.D. James.
Incluso algunos autores de novela negra lo han cultivado alguna vez. Funciona bien, no se vende mal, es divertido, plantea un juego intelectual y puede entretenernos durante fines de semana completos.
En la novela negra, en cambio, el crimen no tiene por qué ocurrir al principio; el investigador no usa tanto la lógica y la deducción como su sagacidad y experiencia (más sabe el diablo por viejo que por diablo) o incluso, en ocasiones, muy malas artes. Por otro lado, a veces el protagonista no es el investigador, sino el criminal, o hasta la propia víctima. Y, por último, los mecanismos de la justicia no suelen estar demasiado engrasados: al final, el orden social no es restablecido, porque se da la circunstancia de que en la novela negra se cuenta con que el orden social no existe, con que es puro caos, un baile de ambiciones y pasiones en el que los seres humanos son capaces de lo mejor y de lo peor.
—Pero esa es una idea muy deprimente...
No sé si será deprimente, pero basta leer cualquier libro de Historia (o el periódico de hoy) para comprobar que no es poco lúcida, que acerca la ficción a la realidad.
—Eso a mí no me gusta. A mí me gusta leer para evadirme de la realidad...
Está en su derecho, señora. Otras personas opinan que la ficción que no acaba remitiendo en último término a la realidad es una ficción inútil. Cada uno tiene sus propios motivos para leer. Yo leo para formarme una imagen del mundo, a ver si acabo de entenderlo.
—Esas cosas tan metafísicas que dice usted, me parecen demasiado densas para estos días de primavera.
Discúlpeme, es que hoy tengo un día muy raro: he leído en la prensa que ha habido un atentado en Boston (tres muertos y centenar y medio de heridos) y otro en Somalia (más de treinta muertos), que hay muchísimas noticias de corrupción relacionadas con empresas y partidos políticos de este país mientras el pueblo las pasa canutas, que lo asesinos de una chica siguen vacilándose a las autoridades con el paradero de su cadáver y que en Jaén ha sido hallada muerta una pareja de ancianos: ella, con signos de violencia; él, ahorcado. En días así (y días así son todos los días) uno necesita herramientas que le ayuden a comprender de dónde viene toda esta iniquidad y hacia dónde va.
—Cuando se pone usted intenso, no hay quien lo aguante.
En mi descargo solo puedo decir que estos análisis se deben a sus preguntas. En realidad, lo ideal sería acercarse a cualquier novela buscando amenidad (eso que buscamos siempre en primer término cuando nos acercamos a un texto de ficción). Luego, lo que tenga que venir, vendrá. Pero, si nos ponemos a etiquetar, las etiquetas hay que ponerlas con un poco de tino, porque, si no, acabamos poniendo la etiqueta de novela negra a una novela enigma, que es algo así como llamar sobrasada al chorizo de Teror: se parecen, puede que la sobrasada sea más antigua y algún fabricante desaprensivo podría intentar hacernos pasar una cosa por la otra, pero no son lo mismo. Y a quien ha probado el chorizo de Teror, no hay mercachifle que lo engañe. 



  

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