18 abril 2017

Educación e interioridad, de J.M. Castro Cavero

He tenido ocasión de leer esta comunicación presentada por un compañero del instituto, profesor de Religión, en un congreso sobre el tema de la Educación y estoy completamente de acuerdo con sus afirmaciones. De que la escuela se encuentra en crisis no hay ninguna duda: los que nos dedicamos a esta bella profesión lo sabemos y luchamos contra ella a diario; y el motivo lo apunta muy acertadamente mi compañero: porque no responde como se espera de ella a los desafíos que plantea el cambio de paradigma. Tras repasar los dos modelos defendidos por  la izquierda  cultural y política (de carácter más social) y por los conservadores y neoliberales (más interesados en la eficiencia educativa), reconoce la complejidad del estado actual de la educación y recurre a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que defiende el principio fundamental que consagra como "objeto de la educación el pleno desarrollo de la personalidad humana". Seguidamente analiza el significado de estas palabras y llega al concepto de la interioridad tratado, entre otros, por María Zambrano y Ortega y Gasset. Interioridad y educación están estrechamente vinculadas entre sí y, según apunta José Manuel, "si la escuela descuida o abandona la atención a la interioridad, pierde su orientación, su identidad, su objetivo, y quedará a merced del descrédito y del desconcierto. Cuando no se sabe para qué se estudia [...] cualquier esfuerzo se entiende desmotivador y, por lógica, a la escuela se le pedirá entretenimiento; su fin no será otro que procurar ocio inmediato. Cuando sucede este bucle escolar, quienes acaban sufriendo sus consecuencias son el profesorado y el alumnado, en primer término, y de fondo, la sociedad en conjunto". Modestamente, debo añadir que esto ocurre cada día en los institutos: los alumnos preguntan una y otra vez para qué estudian o para qué sirve lo que tienen que estudiar, y realizar cualquier esfuerzo por mínimo que sea les cuesta, a la vez que nos piden a los profesores que las clases sean divertidas porque si no lo son se aburren. A mí, personalmente, me produce cierta angustia esta reclamación porque tengo muy claro que estudio y diversión son por naturaleza antagónicos y, aunque trato de hacer las clases más amenas, no renuncio a impartir los contenidos que considero fundamentales para su desarrollo en un ambiente propicio para su asimilación, alejado de la dispersión y el relajo. Trabajo cooperativo y colaborativo sí, pero dentro de un orden. Finalizo esta reflexión sobre el artículo defendiendo la necesidad de implementar la interioridad en las aulas, ya que como señala su autor: "propicia la interdisciplinariedad, equilibra el currículo, clarifica los modelos de identidad del alumnado y del profesorado, reclama la participación familiar y orienta el servicio de las instituciones".     

Me ha gustado también, por razones obvias, la nota dedicada a Don Quijote de la Mancha, cuando su protagonista instruye a Sancho para el buen gobierno de su ínsula y le recomienda que antes de hacer nada al respecto se conozca a sí mismo. 
                                                                                                                                                                   

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