14 agosto 2016

El tatuaje de Penélope, de Francisco J. Quevedo

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Después de leer este libro, he llegado a la conclusión de que prefiero al Francisco J. Quevedo autor del Episodio Insular La noche de fuego, que al Francisco J. Quevedo escritor de El tatuaje de Penélope. Si bien tiene esta última obra algunos aciertos, como el homenaje que rinde a la literatura haciendo referencia de una manera u otra a títulos imprescindibles de la literatura universal -La metamorfosis, El Aleph, Fortunata y Jacinta- o el incluir textualmente algún ejemplo de recurso estilístico de obligado conocimiento por cualquier estudiante de esta materia -el ala aleve de un leve abanico-; la feliz idea del anteepílogo; el dominio del lenguaje que demuestra a lo largo del relato; o la capacidad que tiene para hacer reaccionar al lector, aunque sea causándole repugnancia; hay algunos otros aspectos que hacen que la novela no termine de llegar al lector. Me refiero, por ejemplo, al argumento, que parece una mezcla de Y de repente un ángel, de Jaime Bayly (hombre con problemas, que vive solo  y mantiene la casa excesivamente sucia, salvado por su asistenta de hogar) y Los besos en el pan, de Almudena Grandes (historias sobre los efectos de la crisis). Además, los personajes me parecen tópicos, excesivos y poco creíbles: si lo que trata es de ensalzarlos, como en el caso de Penélope, o caricaturizarlos, como a Escolástico, el resultado es que el lector no termina de empatizar con ellos; por no hablar de la inverosímil relación que se establece entre el patrón y los amigos de su empleada de hogar por mucha imaginación que se le ponga. Por último, me parece innecesaria la continua localización de los hechos: le resta universalidad a la novela.

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