15 enero 2012

Vargas Llosa prepara un ensayo sobre la actual banalización de la cultura



Mario Vargas Llosa, aparte de un novelista laureado, es un agudo observador de la realidad social. Pronto los lectores españoles tendrán la oportunidad de leer un sugestivo ensayo del autor de Conversación en la catedral. El 11 de abril Alfaguara publicará La civilización del espectáculo, un texto que la editorial no duda en calificar de "demoledor". El ensayista arremete en esta ocasión contra la "creciente banalización del arte y la literatura".
El amarillismo rampante de la prensa y la frivolidad que aqueja al mundo de la política son síntomas de ese discurso trivial que impregna la cultura y la sociedad. Vargas Llosa está preocupado por la "idea suicida" que domina la mentalidad contemporánea según la cual el único fin en la vida es pasárselo bien. "Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, solo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general", argumenta Vargas Llosa.
No es la primera vez que el creador de la La ciudad y los perros se ocupa de la supeditación de todos los valores a la industria del entretenimiento. En un artículo publicado en la revista 'Letras Libres' en 2009, Vargas Llosa acuñaba por primera vez el término que da título a su ensayo. En el extenso comentario el escritor abominaba del adocenamiento de la cultura. No en vano, según el novelista, vivimos en el imperio de la cultura 'light'. El arte, la literatura y el cine se han trivializado de tal manera que el espectador y el lector viven la ilusión de ser cultos y estar a la vanguardia de todo con el mínimo esfuerzo intelectual.
Como ejemplo de la entronización de lo superficial, el Nobel destaca la dictadura de la cocina y la moda. No en balde, los chef y los modistos han usurpado el espacio que antes ocupaban los científicos, los compositores y los filósofos. Este fenómeno se debe en buena medida, según el parecer del ensayista, a la práctica desaparición de la crítica cultural, que se refugiado en la universidad. La suerte de un libro o de un artista ya no se dirime en los suplementos de los periódicos, sino en espacios televisivos como el conducido por Oprah Winfrey.
En la sociedad del espectáculo el cómico es el rey. ¿Cómo si no entender el ascenso de Ronald Reagan o Arnold Schwarzenegger a la cúspide del poder? Muchas de estas circunstancias culminan en el desprestigio del intelectual. Antaño el hombre ilustrado desempeñaba un papel preeminente en la vida cultural. Ocurría así en la Grecia de Platón y en la Inglaterra de Bertrand Russel. Si Ortega y Gasset levantara hoy la cabeza no encontraría ningún par con el que debatir. La influencia de un Émile Zola en el caso Dreyfus es impensable en la sociedad actual. Solo si el intelectual entra en el juego de la civilización del espectáculo y se convierte en un bufón tiene posibilidades de que su mensaje prospere.
"Ahora, más bien, lo que llamamos cultura es un mecanismo que permite ignorar los asuntos problemáticos, distraernos de lo que es serio, sumergirnos en un momentáneo 'paraíso artificial', poco menos que el sucedáneo de una calada de marihuana o un jalón de coca, es decir, una pequeña vacación de irrealidad", argumenta Vargas Llosa en el prólogo del libro, adelantado con motivo de los 1.000 ejemplares de 'Babelia', el suplemento cultura de 'El País'.
Vargas Llosa coincide con Giovanni Sartori en que la primacía de las imágenes sobre las ideas conduce a una depauperación del pensamiento y a que los libros sean relegados a un segundo plano a favor de la televisión, el cine e Internet. Desde que Duchamp persuadió a las élites culturales de que la taza de un váter podía ser una obra de arte, han proliferado como setas los embaucadores. La autocracia de lo banal canoniza a impostores como Damien Hirst, capaz de engañar a un millonario candoroso para que pague doce millones y medio de euros por un tiburón conservado en formol y guardado en un recipiente de vidrio.
Y en política, qué ha ocurrido. Pues que importa más la corbata del candidato que sus ideas. Hasta Francia, que se vanagloriaba de ser la patria del ejercicio de la política entendida como el cotejo de doctrinas, ha sucumbido a la frivolidad reinante y permanece en vilo por lo que sucede en el Palacio del Elíseo… de Carla Bruni. Si esto sucede, razona Vargas Llosa, es por la claudicación de una prensa que se refocila con el escándalo, el chisme, la catástrofe, los crímenes y las perversiones sexuales.

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