El pasado jueves hicimos la salida de convivencia del IES Islas Canarias. Los tres grupos de 3º ESO y sus respectivas tutoras visitamos la Casa Museo Tomás Morales y luego nos trasladamos a Los Tilos, donde dos monitores nos acompañaron por la Ruta de la Laurisilva y nos explicaron varios aspectos de su flora y avifauna. Lo pasamos muy bien. Estuvimos toda la mañana y disfrutamos de un día diferente.
A continuación reproducimos el famoso poema de Tomás Morales "Tarde en la selva" que tiene como tema el destrozo realizado por el hombre en el mítico Bosque de Doramas cantado por Bartolomé Cairasco Figueroa.
Recordemos que lo que queda de este bosque se encuentra ubicado en el entorno de Los Tilos.
Tarde en la Selva
Tomás Morales
A continuación reproducimos el famoso poema de Tomás Morales "Tarde en la selva" que tiene como tema el destrozo realizado por el hombre en el mítico Bosque de Doramas cantado por Bartolomé Cairasco Figueroa.
Recordemos que lo que queda de este bosque se encuentra ubicado en el entorno de Los Tilos.
Tomás Morales
arde en la selva. Agreste soledad del paisaje, decoración del rayo de sol entre el ramaje y lento silabeo del agua cantarina, madre de la armoniosa tristeza campesina. ¡Tarde en la Selva! Tarde de otoño en la espesura del boscaje, en el triunfo de la arboleda oscura, bajo la advocación de las copas sonoras y el plácido consorcio de las dormidas horas... ¡Oh paz! ¡Oh último ensueño crepuscular del día! El ambiente era todo fragancia; atardecía, y la lumbre solar en fastuosas tramas quemaba en las florestas su penacho de llamas. Todo el bosque era un hálito de aromas peculiares; las hojas despertaban sus ritmos seculares, y bajo ellas, soñando y a su divino amparo, la música frescura del riachuelo claro que el salto de una roca transformaba en torrente. (Cabellera brumosa, donde, divinamente, ilustró el arco iris con siete resplandores la fugaz maravilla de sus siete colores). Y el alma se hizo copia de esta virtud silente; por su influjo, el ensueño tornóse transparente e iba hundiéndose en una renunciación discreta. La soledad y el ocio, amigos del poeta, vestían mis quimeras con ropajes corpóreos y eran trasuntos vivos los efluvios arbóreos... ¡Oportuna la hora! De entre los matorrales surgen, tímidamente, los genios forestales y mi presencia espían, avizores e inquietos, tras los olmos rugosos y los blancos abetos. Remisos, un momento, se consultan dudosos, y en un punto, en el claro, penetran tumultuosos. Y hacen, desorbitados como frutos gigantes, columpio de las ramas los elfos trashumantes; giran los blandos silfos de carnes sonrosadas con sus alas de insectos tibiamente irisadas; trenzan ralas piruetas los gnomos casquivanos, chafando la hojarasca con sus cuerpos enanos, y los lares acuáticos croan sus voces ruines viscosos y adobados de lacustres verdines... Rondan, danzan, simulan fieras acometidas y entre sí se apedrean con las bayas caídas; armando una algazara jovial y volandera; que, caprichosa, rapta la brisa pasajera y el eco desbarata tras la arboleda honda entre murmullos de agua y susurros de fronda... | Y el alma, arrebatada de ascensional destreza, ingrávida, abandona la temporal corteza y se suma a la ronda, milagrosa y liviana y en el coral divino pone su nota humana… ¡Oh alma mía, he escuchado tu jubiloso acento sensible en la suprema calidad del momento! Ahora gozan mis ojos de la victoria cierta de verte, enteramente, absoluta y liberta. ¡Cuanto más disgregada, más en mi compañía; fuera de mi, y, no obstante, tan sumamente mía! ¡Alma que recobraste la original limpieza: sé una parte en el Todo de la Naturaleza! De pronto, en el silencio, un golpe temeroso atraviesa el recinto de la selva en reposo; son cobarde, en el viento, persistente y salvaje, que llena de profundos terrores el boscaje. ¡Es el hacha! Es el golpe de su oficiar violento que, bruscamente, llega, desolador y cruento, de la entraña del bosque, donde un tilo sombroso yergue su soberana magnitud de coloso... ¡Oh dolor! El monarca de la selva suntuosa, el patriarca de verde cabellera gloriosa que preside el sagrado misterio de la umbría, mira llegar su muerte con la muerte del día. Y hay un grave silencio meditabundo, inmenso, y es tan grande la duda y el temor tan intenso que callan, espantados, hojas, lares y fuentes para escuchar medrosos... y oyen, intermitentes, en el dolor tremendo, los redobles del hacha prendidos en el pasmo de la encalmada racha donde triunfan lo breve de un estallido seco y mueren duramente, sin amor y sin eco… Y los viejos del bosque, los viejos de alma fuerte, temen, presentidores de una uniforme suerte; y hay en sus copas trémulas como un sollozo humano, como un plañir de preces por el perdido hermano que a cada golpe arguye con un mortal gemido y tiembla, y se estremece, como un titán herido... Súbitamente, un grito hiende la selva, ronco; creyérase el lamento postrimero del tronco que al ceder maldijera... Y el coloso vacila, y la enorme silueta, pesadamente, oscila. Heridas por la muerte sus savias vigorosas, ved cómo el triste extiende sus ramas temblorosas como brazos que quieren asir, inútilmente, la ramazón cercana, que cruje sordamente. Aun en el aire, un punto, gira alocado, incierto, y raudo cae de bruces sobre el camino: ¡muerto! Grave señor del bosque, que sobre el verde prado, inmóvil y maltrecho, yaces abandonado: no abatieron tu frente gloriosos capitanes, sino el golpe pechero de los ruines jayanes. Ya, sobre tus cabellos, no volarán los ruidos propicios al geórgico misterio de los nidos. Tus frondas, que escucharon los silvestres cantares, caldearán, ahora, los ahumados llares de la pobre cocina o el salón solariego y estallarán dolidas a los besos del fuego. Mientras tanto, en el seno de la selva sombría, tu cuerpo mutilado flagelará la fría caricia del invierno... Pero el tronco marchito volverá a fecundarse con el calor bendito, y, activamente henchido de vitales renuevos, cubrirá sus arrugas con los retoños nuevos, cuando llegue en el carro del aura mensajera, precedida de un rayo de sol, la Primavera... |
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