Este drama en 4 actos (arreglo de la novela del mismo título), estrenado en el Teatro Español de Madrid el 28 de febrero de 1910, es el más anticlerical y político que escribe Galdós. Su trama viene a ser una metáfora de las dos Españas: la del autoritarismo y la de la libertad. La primera está representada por Doña Juana, una viuda septuagenaria que tiene sometidos a sus parientes por el poder económico y espiritual que ejerce sobre ellos; mientras que la segunda está personificada en Casandra, la pareja del hijo ilegítimo de Don Hilario, esposo de aquella, que es la única que le hace frente. El detonante de la tragedia es la herencia que Doña Juana, Marquesa de Tobalina, se propone repartir entre sus allegados antes de retirarse a un convento en espera de la llamada de Dios. Sus sobrinos, que han aceptado todas las injerencias de ella en sus vidas, ven cómo resultan frustradas sus expectativas dinerarias en el reparto, a la vez que Rogelio, el hijo natural del marido de Doña Juana, cede a las presiones de esta para heredar la mayor parte de su fortuna, a excepción de lo que ella se guarda para sí y lo que dona a la Iglesia: abandonar a Casandra, casarse con una joven santurrona de buena familia que ha sido elegida por la Marquesa y dejar en manos de esta la educación de sus hijos. Casandra pide ayuda a los parientes de Doña Juana para que intercedan por ella, pero estos se la niegan; y no le queda otro remedio, desesperada ante el temido alejamiento de sus hijos, que acabar con ella tras un duro enfrentamiento verbal. Con estas simbólicas palabras termina la obra: "¡He matado a la hidra que asolaba la tierra...!¡Respira, Humanidad!"
Galdós consigue predisponer al público en contra de Doña Juana a lo largo de toda la obra mientras asiste impotente a los manejos de esta: somete a sus familiares, les dicta normas de conducta, se burla de ellos e incluso los humilla, como hace también con Casandra en la que ve a la mujer con la que le fue infiel su marido. Doña Juana, mujer estéril que no puede soportar la fecundidad de aquella que ha dado dos hijos a Rogelio hará todo lo posible por arrebatárselos y despojarla, además, del amor de este con el que no ha contraído matrimonio, pretextando una cuestionable conducta moral apartada de las leyes de la Iglesia. Casandra, por su parte, soporta con dignidad las ofensas de Doña Juana, pero es incapaz de asumir un futuro sin sus hijos. El resto de personajes son marionetas en manos de la Marquesa que esperan en vano por su herencia: su sobrina Clementina y Alfonso, el esposo de esta, que necesita el dinero para invertirlo en "máquinas de agricultura, que no sirven sino para hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres"; su sobrino Ismael y Rosaura, su mujer, a la que critica por su extrema fecundidad, ya que "en diez años de matrimonio, diez alumbramientos y ocho criaturas vivas... y lo que venga"; Zenón, sobrino de su marido; y Rogelio, hijo natural del Marqués con otra mujer. Por todo ello, el espectador respira aliviado cuando Casandra la asesina.
Recuerdo haber asistido a la representación de esta obra en el Teatro Pérez Galdós en una versión que hizo Francisco Nieva, y el impacto que me causó este final, la única escena violenta de toda la producción teatral de Benito Pérez Galdós.
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