Novela de calidad como no podía ser menos, ya que está escrita por Juan Marsé. En esta ocasión el argumento trata de un escritor que se dispone a escribir un guión cinematográfico sobre un crimen cometido en 1949: el de una prostituta en la cabina de proyección de un cine de barrio. Para ello cuenta con el testimonio del asesino confeso, que recuerda lo sucedido pero no el motivo que le llevó a cometerlo. La razón de este olvido está en un tratamiento empleado por un psiquiatra adepto al régimen, Tejero-Cámara, para hacer olvidar partes de la vida de una persona y borrar los recuerdos de hechos cometidos en el pasado. El psiquiatra en cuestión existió en la realidad -Vallejo-Nájera-, que adquirió parte de su fama y prestigio experimentando esta técnica en presos durante la posguerra española, a fin de eliminar en ellos lo que él llamaba el gen rojo. La memoria, por tanto, se convierte en la verdadera protagonista de la historia y ella es esa puta tan distinguida a que hace referencia el título, que también juega con la profesión de la mujer asesinada, Carol. Son destacables el humor y la ironía presentes a lo largo del relato, especialmente en el escritor que debe escribir el guión: en las respuestas que da en la entrevista con que comienza el libro; en sus reflexiones sobre lo que debe y no debe escribir; en sus diálogos con el director de la película, con los productores y con una actriz aspirante a uno de los papeles; en sus conversaciones con Feli, su asistenta, etc. El cine también juega un papel muy importante como suele ocurrir en las novelas de Marsé, no sólo porque el asesino es el operador y el crimen tiene lugar durante su trabajo, mientras el público contempla una reposición de Gilda, sino por la afición que el escritor-narrador tiene por el séptimo arte, por las adivinanzas que sobre películas y actores le propone continuamente Feli, por la presencia de unos muchachos en el cine dispuestos a colarse para ver al mito erótico de la época o por cómo explica a los lectores el proceso de proyección de películas de reestreno en los cines de barrio.
A pesar de que se nota la firma de Marsé -autor sublime de novelas de perdedores- en la amargura de Carol, en la vida de Fermín Sicart, de Liberto Augé y de Braulio Laso Badía, echo en falta la emoción y la ternura de otras novelas suyas, como Un día volveré o Caligrafía de los sueños. Alguna escena de esta última aparece en esta novela como el libro que el narrador debería escribir en lugar del guión cinematográfico que finalmente escribe y que será totalmente transformado por razones puramente comerciales.
Lectura absolutamente recomendable.
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