Leemos en un artículo publicado en La Provincia por Marta Cantero el pasado domingo:
El ruiseñor de la escritora norteamericana Harper Lee representa a todos los inocentes que sufren por la maldad de sus semejantes. "Es el único pájaro al que no se le puede disparar, porque no hace daño a nadie", explica el abogado rural Atticus, su padre, a la pequeña y curiosa Scout.
Los 40 millones de ejemplares de "Matar a un ruiseñor" que se han vendido en todo el mundo desde su publicación, en 1960, son la mejor prueba de cómo ha calado en las sociedades su alegato contra la opresión y la marginación. Un alegato sobre todo contra el clasismo y el machismo de la sureña sociedad blanca norteamericana de los años treinta.
La reciente muerte de Harper Lee, el pasado 19 de febrero, invita a reflexionar sobre las trágicas formas que adopta hoy el asesinato de la inocencia. Porque setenta años después, los ruiseñores siguen cayendo. Y la violencia de género es una de las mutaciones con que ciertos cazadores siguen atentando contra el derecho no ya a vivir dignamente, sino a vivir a secas.
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