(1922)
VACACIONES SENTIMENTALES
VIII
Y con la luna ha vuelto la visión de mi hermana
en el plácido ambiente de los primeros años;
aquel verano vino de la pensión, ufana;
ya era una mujercita con sus catorce años.
Vino también tía Rosa, ya un poquito arrugada,
cuyas viejas historias gustábamos oír;
sobre todo las que eran de aquella temporada
tan célebre: dos meses pasados en Madrid...
Cuando viera a la reina una tarde de Enero
en la carroza regia por la Puerta del Sol;
y pintorescos cuentos de aquel rey jaranero
caballero perfecto, simpático español.
Cual buena provinciana, no se le quedó nada
por ver, y recordaba con deleite especial
cuando a primera hora, de maja disfrazada,
fue con unas amigas al baile del Real.
Las máscaras estaban, a su decir, divinas,
con el rostro cubierto por el negro antifaz;
los palcos encantaban llenos de serpentinas...
¡Las mujeres tan lindas y los hombres de frac!
Mas todos los requiebros se dijeron por ella
-de algunos recordaba la picaresca sal-.
Quizá por ser más tímida, no por ser la más bella.
¡las había tan bellas en ese carnaval!
Y nosotros quisimos ver el disfraz preciado
que por aquel buen tiempo fue toda su ilusión
y que ahora dormía sus glorias, olvidado
en el apolillado misterio de un arcón...
Del que ella fue sacando con cuidadoso anhelo
entre cintas marchitas y deslucidos trajes:
la cumplida basquiña de negro terciopelo,
y la mantilla blanca tembladora de encajes...
Un escarpín de raso con un bordado alterna
y unas medias rosadas, tras una falda grana,
dignas de haber ceñido la torneada pierna
de la gentil Rosario Fernández, La Tirana...
Mi hermana ha recogido todos estos primores,
ha salido y ha vuelto poco rato después;
y ya era una Manola de los tiempos mejores,
hija de Maravillas, del Rastro o Lavapiés...
Y adoptando un gracioso talante pinturero,
nos miraba con una sonrisa picaruela:
yo entusiasmado le arrojé mi sombrero
diciéndole un piropo de una vieja zarzuela.
Y benévolamente tía Rosa sonreía,
acaso recordando el donaire jovial
con que el Rey don Alfonso la llamó: ¡Reina mía!
aquel inolvidable Martes de Carnaval...
Tomás Morales, Las Rosas de Hércules
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