19 febrero 2012

LIBRO PRIMERO
(1922)

VACACIONES SENTIMENTALES

VIII
Y con la luna ha vuelto la visión de mi hermana

en el plácido ambiente de los primeros años;


aquel verano vino de la pensión, ufana;


ya era una mujercita con sus catorce años.




Vino también tía Rosa, ya un poquito arrugada,


cuyas viejas historias gustábamos oír;


sobre todo las que eran de aquella temporada


tan célebre: dos meses pasados en Madrid...




Cuando viera a la reina una tarde de Enero


en la carroza regia por la Puerta del Sol;


y pintorescos cuentos de aquel rey jaranero


caballero perfecto, simpático español.




Cual buena provinciana, no se le quedó nada


por ver, y recordaba con deleite especial


cuando a primera hora, de maja disfrazada,


fue con unas amigas al baile del Real.




Las máscaras estaban, a su decir, divinas,


con el rostro cubierto por el negro antifaz;


los palcos encantaban llenos de serpentinas...


¡Las mujeres tan lindas y los hombres de frac!




Mas todos los requiebros se dijeron por ella


-de algunos recordaba la picaresca sal-.


Quizá por ser más tímida, no por ser la más bella.


¡las había tan bellas en ese carnaval!




Y nosotros quisimos ver el disfraz preciado


que por aquel buen tiempo fue toda su ilusión


y que ahora dormía sus glorias, olvidado


en el apolillado misterio de un arcón...




Del que ella fue sacando con cuidadoso anhelo


entre cintas marchitas y deslucidos trajes:


la cumplida basquiña de negro terciopelo,


y la mantilla blanca tembladora de encajes...




Un escarpín de raso con un bordado alterna


y unas medias rosadas, tras una falda grana,


dignas de haber ceñido la torneada pierna


de la gentil Rosario Fernández, La Tirana...




Mi hermana ha recogido todos estos primores,


ha salido y ha vuelto poco rato después;


y ya era una Manola de los tiempos mejores,


hija de Maravillas, del Rastro o Lavapiés...




Y adoptando un gracioso talante pinturero,


nos miraba con una sonrisa picaruela:


yo entusiasmado le arrojé mi sombrero


diciéndole un piropo de una vieja zarzuela.




Y benévolamente tía Rosa sonreía,


acaso recordando el donaire jovial


con que el Rey don Alfonso la llamó: ¡Reina mía!


aquel inolvidable Martes de Carnaval...


Tomás Morales, Las Rosas de Hércules


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