¿Fue William Shakespeare el autor de las obras de teatro más universales de la historia? James Shapiro, profesor de la Universidad de Columbia y experto en la obra de Shakespeare (1564-1616), considera que sí y se ha propuesto explicar el cuando y el cómo surgieron las dudas sobre su autoría. “Con el tiempo, y por todo tipo de razones, artistas e intelectuales destacados de cualquier profesión se han unido a las filas de los escépticos. No se me ocurren muchas cosas más que puedan unir a Henry James y Malcolm X, a Sigmund Freud y Charlie Chaplin, a Helen Keller y Orson Welles, a Mark Twain y sir Derek Jacobi”, escribe Shapiro en Contested Will: who wrote Shakespeare?, que Gredos pone a la venta mañana bajo el título de Shakespeare, una vida y obra desconocidas y del que Babelia publica en exclusiva sus primeras páginas.
“William Shakespeare escribió el teatro y la poesía que se le atribuyen, opinión que no han hecho vacilar los años de estudio dedicados por mí a este asunto (y al final del libro explicaré con cierto detalle por qué pienso así)”, remarca Shapiro, que ya le dedicó la obra Un año en la vida de William Shakespeare: 1599.
Las suspicacias se remontan a 1785, año en que James Wilmot, un estudioso formado en Oxford y que vivía cerca de la localidad natal del dramaturgo, Stratford–upon-Avon, no consiguió en la comarca indicios de su condición. Su conclusión: las obras habían sido autoría de otro dramaturgo, muy probablemente sir Francis Bacon. Shapiro se pregunta en este libro el por qué después de dos siglos hubo tanta gente que comenzó a debatir. “Hay otro misterio —confundido con este a menudo y fácilmente—que no puedo resolver, a pesar de que sigue obsesionando tanto a lo shakespearianos como a los escépticos: ¿cuál fue la causa de que aquel dramaturgo (quienquiera que imaginemos que fuese, él o ella) resultase un autor tan extraordinario?, se cuestiona, convencido de que muchos estudios anteriores existe “material de archivo no cribado y, en algunos casos, desconocido”.
Tras horas de dedicación al autor de Hamlet, Shapiro concluye que la polémica “ha girado en torno a un puñado de ideas que tienen poco que ver con Shakespeare de manera directa, pero que han alterado profundamente la interpretación y lectura de su vida y sus obras”. Ideas que provenían de debates sobre textos bíblicos, discusiones sobre escritos clásicos o de a la aparición de concepciones sobre el yo autobiográfico. “Por mucho que a los partidarios de uno y otro frente de la controversia les guste imaginarse como pensadores independientes, sus opiniones están fuertemente limitadas por unas pocas ideas vigorosas consolidadas en el siglo XIX”. En 1881 eran 254 los estudios, en 1949 se alcanzaron los 4.500. Un debate que sin duda el sólido libro de Shapiro no conseguirá cerrar
“William Shakespeare escribió el teatro y la poesía que se le atribuyen, opinión que no han hecho vacilar los años de estudio dedicados por mí a este asunto (y al final del libro explicaré con cierto detalle por qué pienso así)”, remarca Shapiro, que ya le dedicó la obra Un año en la vida de William Shakespeare: 1599.
Las suspicacias se remontan a 1785, año en que James Wilmot, un estudioso formado en Oxford y que vivía cerca de la localidad natal del dramaturgo, Stratford–upon-Avon, no consiguió en la comarca indicios de su condición. Su conclusión: las obras habían sido autoría de otro dramaturgo, muy probablemente sir Francis Bacon. Shapiro se pregunta en este libro el por qué después de dos siglos hubo tanta gente que comenzó a debatir. “Hay otro misterio —confundido con este a menudo y fácilmente—que no puedo resolver, a pesar de que sigue obsesionando tanto a lo shakespearianos como a los escépticos: ¿cuál fue la causa de que aquel dramaturgo (quienquiera que imaginemos que fuese, él o ella) resultase un autor tan extraordinario?, se cuestiona, convencido de que muchos estudios anteriores existe “material de archivo no cribado y, en algunos casos, desconocido”.
Tras horas de dedicación al autor de Hamlet, Shapiro concluye que la polémica “ha girado en torno a un puñado de ideas que tienen poco que ver con Shakespeare de manera directa, pero que han alterado profundamente la interpretación y lectura de su vida y sus obras”. Ideas que provenían de debates sobre textos bíblicos, discusiones sobre escritos clásicos o de a la aparición de concepciones sobre el yo autobiográfico. “Por mucho que a los partidarios de uno y otro frente de la controversia les guste imaginarse como pensadores independientes, sus opiniones están fuertemente limitadas por unas pocas ideas vigorosas consolidadas en el siglo XIX”. En 1881 eran 254 los estudios, en 1949 se alcanzaron los 4.500. Un debate que sin duda el sólido libro de Shapiro no conseguirá cerrar
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